sábado, 26 de agosto de 2006

José Miguel Larenas

JOSÉ MIGUEL LARENAS MAHN

He pasado los últimos 10 años de mi vida tratando de olvidar lo que ahora me toca recordar y mientras inicio este relato me preparo para revivir en mi interior todo lo que sucedió en diciembre de 1994, así como las innumerables historias de las que me fui haciendo actor mientras recuperaba la fortaleza y la salud para poder luchar de la mejor manera que un joven puede hacerlo.

EL ACCIDENTE
Tenía 18 años, era tan sólo un muchacho y había rendido recién la Prueba de Aptitud Académica.
Para celebrar la culminación de la enseñanza media decidimos con algunos amigos visitar los hermosos Géiseres del Tatio, ubicados al norte de San Pedro de Atacama, en la II Región de Chile. El real encanto del Tatio se aprecia cuando nace el Sol y los Géisers en ebullición dejan escapar con cierta furia sus aguas termales que vienen desde las entrañas de la Tierra. Es por esto que debimos partir desde Chuquicamata muy temprano en la madrugada para llegar al Tatio a ver el gran espectáculo. Sin embargo, el destino deparaba algo distinto para mi vida y la de mi familia.
Realizamos el viaje en dos camionetas con doble tracción y bien equipados para el viaje a la Cordillera de los Andes. Nuestra primera detención sería en San Pedro de Atacama a recargar combustible, pero la única estación de gasolina se encontraba cerrada y no abriría sino hasta las 7 u 8 de la mañana, por lo que decidimos ir a dormir al Valle de la Luna. Así, emprendimos el rumbo, yo guiaba en mi camioneta y atrás me seguía la otra, un tanto alejada para evitar la polvareda.
Al cabo de un rato, llegamos a la entrada del Valle de la Luna, que en ese entonces estaba demarcado con un letrero muy simple que rezaba “Valle de la Luna, Santuario de la Naturaleza”.
Este letrero se encontraba luego de una curva en descenso. Combinación que resultaba muy peligrosa, pues se perdía la adherencia de los neumáticos y el vehículo podía derrapar. Esto motivó nuestra intuición a pensar que el vehículo que atrás venía podría tener problemas, sin embargo seguimos adelante confiados en la buena ventura.
Nos internamos en el Valle de la Luna a baja velocidad, para así permitir que el vehículo que atrás venía nos diera alcance. Finalmente nos detuvimos a un costado del camino a esperarles. Pasado un rato, decidimos volver en su búsqueda.
Al llegar al lugar referido nos encontramos con lo que temíamos: mis amigos se habían volcado y la camioneta se encontraba a varios metros del camino alumbrando al cielo. Bajamos de la camioneta y con mucho cuidado ayudamos a los heridos. Luego los conduje a la posta de primeros auxilios de San Pedro de Atacama. Una vez ahí, el paramédico atendió a mis amigos y al cerciorarme que todo estaba bajo control llamé a Carabineros para reportar el accidente.
Carabineros me solicitó que les mostrara el lugar de los hechos, y así lo hice. Conduje nuevamente hasta el mentado Valle en búsqueda de la camioneta siniestrada. Los Carabineros revisaron el lugar, tomaron sus notas para la denuncia y cuando ya amaneció trataron de maniobrar para volcar nuevamente la camioneta y sacarla de ahí, pues si quedaba abandonada en ese lugar, probablemente sería desmantelada.
Debido a que el vehículo de Carabineros era de baja potencia, solicitaron mi ayuda para remolcarla. Debí decidir por dónde abandonar la ruta y abrirme paso por las dunas para llegar a la camioneta siniestrada. Cuando abandoné el camino sentí mucho temor, temor de otro accidente, pero este sentimiento era infundado, no había razones para pensar que algo malo podía suceder, por lo que quise ignorarle. Sin embargo recordé algo que me había dicho mi padre en reiteradas ocasiones: “no te salgas del camino, porque puede haber explosivos”.
Ya eran cerca de las 10 de la mañana cuando decidimos abandonar las maniobras, pues por más que tratábamos de remolcar la camioneta, ésta permanecía inmóvil. El vehículo de Carabineros se retiró con el personal y varios de mis amigos, quedando en el lugar el Carabinero Eduardo Lara, Claudio Aqueveque, uno de mis amigos, y yo.
Cuando el vehículo se alejaba de mi, yo le observaba con detención mientras sentía gran pánico, pues la frase de advertencia de mi padre se hizo más intensa en mi mente. Ese temor me hizo querer salir de ese lugar rápidamente para volver a la seguridad de mi hogar y decidí salir por la ruta más corta, que era una subida muy sinuosa, pero dada la potencia de mi vehículo decidí aventurarme en ella.
Iba subiendo lentamente cuando sentí que la camioneta ya no podía más, estaba empezando a deslizarse. Así que retrocedí para maniobrar en otra dirección y mi vida cambió para siempre.
…Todo estaba negro, era la oscuridad absoluta, sentía dentro de mí un grito eterno, un grito desgarrador, de esos que te parten el alma, de esos que no olvidas aunque hayan pasado ya 10 años.
No sabía que estaba pasando, ni por qué. Todo sucedió tan rápido.
En la oscuridad se deja ver una luz blanca, como las que describen las personas que han estado a punto de morir, y la observo en busca de ayuda, buscando una respuesta que me indicara lo que me estaba pasando.
Esa luz me abrazó y me sacó de entre las llamas que quemaban mi camioneta. Esa luz protegió mi cuerpo de las llamas y me transportó fuera de ella mientras yo inconscientemente sostenía mi brazo izquierdo, pues no hubo tiempo para reparar en el daño. De pronto la Luz empezó a disiparse y pude ver al Carabinero Eduardo Lara corriendo a mi encuentro. Me recibió en sus brazos y me alejó de la camioneta en llamas tan sólo unos metros y me dejó tendido en el desierto mientras sentía el calor del fuego en mi piel.
A pesar de que estaba enojado con Dios porque me había quitado a mi madre cuando era un niño, no hacía más que rezar y pedirle que no me abandonara, que no me dejara morir. Creo que nunca he rezado como lo hice esa mañana de diciembre cuando clamaba por mi vida que se escapaba con la sangre que manaba de mi brazo y era absorbida por el desierto seco que yacía caliente bajo el sol que lo quemaba ya cerca del medio día.
Aunque la estupidez humana quiso matarme, dejando ahí descuidadamente aquel proyectil que causó mi accidente, la bondad y la preparación de un hombre me salvaron la vida. El Carabinero Eduardo Lara me hizo un torniquete que logró controlar la hemorragia por más de una hora, el tiempo que debí esperar hasta que llegara ayuda y, luego, el tiempo de transporte hasta Chuquicamata.
Mientras pedía a gritos que calmaran mi dolor y que llegara mi papá a ayudarme le preguntaba furibundo a Dios por qué a mí, qué había hecho para merecer semejante castigo, semejante dolor.
Nunca quise mirar mi brazo ni antebrazo, pues estaban hechos jirones, estaba mutilado el tríceps y el codo había sido arrancado por una esquirla que destruyó todo a su paso separando en dos partes mi extremidad superior. A pesar de la magnitud del daño, una vez más Dios se hizo presente permitiéndome conservar la arteria principal que alimentaría de sangre y vida mi brazo y mi mano, posados sobre las arenas del Desierto de Atacama, a mi costado y a la altura de mi rodilla.
Por lo general, luego de un accidente de estas proporciones, se produce un estado de shock e insensibilidad, sin embargo, nunca perdí la conciencia, estuve lúcido cada segundo, cada minuto; tenía todo muy claro en mi mente, sabía que si desesperaba me moría, que debía permanecer los más quieto posible a pesar del dolor que me partía en dos. Mientras luchaba por contenerme, rezaba de manera extraña, de una manera que nunca lo había hecho y mantenía en mi mente la imagen de aquella cálida luz que me había envuelto y me había salvado de entre las llamas. Pensaba si eso podía ser físicamente posible, estaba dudando de lo que había vivido tan solo unos segundos atrás. Pero, ¿cómo negar lo que había pasado?, estaba todo destruido, era imposible que saliera por mis propios medios de entre esos aceros retorcidos y en llamas.
Cada vez que me movía sentía un dolor inmenso que me calaba el alma una y otra vez, ¡si hasta respirar era una tortura! Tortura eterna era esperar que llegara ayuda, ayuda que fue a buscar corriendo mi amigo Claudio Aqueveque quien enfiló rumbo a San Pedro de Atacama y a medio camino pudo dar aviso de lo sucedido.
Cerca de una hora más tarde llegó una camioneta, no una ambulancia, utilizaron el asiento trasero como camilla hechiza en la que me transportaron y me dejaron en la parte posterior. Lara se fue junto a mí y me daba aliento y decía que no iba a morir hoy.
En ese entonces el camino era de tierra y estaba lleno de hoyos y baches que me recordaban el dolor a cada instante, a ratos sentía que me iba a morir, pero de sufrimiento.
A mucho andar nos encontramos con una ambulancia que había sido enviada desde Chuquicamata para ir en auxilio de los primeros accidentados. Tras esta ambulancia iba otra camioneta que transportaba a todos los padres de los accidentados y un médico.
Al encontrarnos nos detuvimos para pedir ayuda, y gracias a la Providencia, subió el médico a examinarme.
Me hablaba con voz fuerte y clara para saber qué es lo que tenía. Descubrió mi brazo izquierdo que iba cubierto con unos harapos para protegerlo del sol que quemaba.
Mientras me examinaba el médico, sentí su voz familiar, no recuerdo por qué no podía verle, probablemente estaba cubierto por algo, sin embargo exclamé: “papá, ayúdame” Él solo respondió con voz baja: “Busquen al padre de este joven. Es grave”. Luego repliqué con fuerza. “Papá, soy yo”. Y descubrí mi rostro y vi el de él, observé sus ojos morir en un segundo, contemplé como la desesperación le inundó y el dolor que yo sentía en mi brazo se hizo de él en su alma. Hay muchos episodios de mi vida que nunca olvidaré, uno de ellos es el dolor que mi padre compartió conmigo en ese instante.
Me dijo que todo iba a estar bien, que debía estar tranquilo y ordenó con voz quebrada y fuerte a la vez que rápidamente nos fuéramos a Chuquicamata, no existía la posibilidad de cambiarme a la ambulancia debido a que moverme sería extremadamente peligroso.
Viajamos a Chuquicamata a toda velocidad, en cada salto sentía que mi brazo se separaba una vez más de mi. Mi papá sólo me apretaba con fuerza y me daba aliento para no desesperar aún más.
Al llegar al Hospital donde trabaja mi padre, me llevaron a la sala de urgencia donde me atenderían sus colegas, con quienes tenía un trato muy cercano. Aquí inició el segundo milagro, milagro que hizo Dios a través de las manos de todos los médicos que lucharon por salvar mi vida y mi brazo, especialmente los Doctores Mario Castillo, Jorge Grob y Roberto Sanhueza, quién sería también el principal actor en mi mejoría, en la ciudad de Santiago.
Fuera del pabellón quirúrgico se encontraba mi padre, mi hermana Lucía, mi polola, mi tío Tito y otras personas que rezaban por el milagro que empezó ese día y terminaría unos meses más tarde luego de mucho trabajo y esperanza. Mi padre envuelto en angustia, tristeza, rabia y desesperanza, al dar por sentado que perdería mi brazo quería que sus amigos y colegas le quitaran el de él para dármelo a mí, pues él no podía tener brazo si su hijo no lo tenía. Esto me lo contó mi hermana Lucía y cuando lo hizo me derrumbó volver a sentir el dolor que mi padre sentía por el mío.
Este es un capítulo de mi vida que quisiera nunca hubiera existido y por eso trato de no rememorarlo, sin embargo mi corazón siempre me lo recuerda, una y otra vez. Quizá uno de los momentos que más recuerdo es aquel cuando mi padre descubrió que el accidentado era yo. Lo recuerdo con mucha tristeza, no sólo porque estaba inundado de dolor, sino por el dolor que mi llanto le había causado, el dolor que los responsables de mi accidente le habían proferido sin siquiera saberlo y sin importarles el daño infligido. Siento que yo puedo cargar con mi cruz, pero no con la de mi padre y por eso hoy callo cuando las secuelas de mi accidente me quitan el sueño, cuando el dolor que siento en los huesos heridos de mi brazo comienzan a desbordar y llegan a mi carne que se contrae y no puedo hacer más que llorar en silencio y calmarme en soledad.

MI RECUPERACIÓN EN SANTIAGO
La próxima vez que abrí los ojos, me encontraba en una ambulancia que me llevaba al Aeropuerto de Calama para viajar a Santiago para continuar el tratamiento que salvaría la extremidad, pues mi vida había sido estabilizada lo suficiente como para enfrentar el largo viaje en un avión ambulancia que puso a nuestra disposición la Mutual de Seguridad gracias a la gran preocupación y solidaridad de muchos colegas de mi padre y muy especialmente del Dr. Antonio Maggiolo.
Llegué al Hospital del Trabajador para recibir las siguientes intervenciones en las que los Doctores Roberto Sanhueza, Miguel Vallejos y sus equipos hicieron sus mejores esfuerzos para que recuperara mi fortaleza y lo que quedaba de mi brazo.
Gran parte de mi estadía allí la pasé bajo el efecto de fuertes medicamentos que me impiden recordar todo, sin embargo existen episodios que sí recuerdo con alegría, aunque cuesta encontrar alegría en situaciones como ésta.
A pesar que el cuidado de los pacientes es realizado por enfermeras y asistentes de enfermería que tratan de cubrir todas las necesidades de los pacientes, tanto las físicas como las psicológicas, mi padre y mi hermana estuvieron conmigo durante toda mi permanencia en este Hospital. Mi padre durmió tirado en un sillón a un costado mío por casi un mes hasta que las enfermeras se compadecieron de él y le trajeron una cama para que durmiera un poco más cómodo. Él trataba de ayudarme en todo, me alimentaba y se ocupaba de mi aseo muchas veces. Siempre sentí su cariño en el cuidado que me otorgaba. Creo que no muchos enfermos pueden decir que su familia realmente les acompaña, pues miraba a mi lado y veía muchos enfermos solos, que recibían visitas que no imaginaban por lo que estaban pasando y probablemente poco se interesaban por ser compasivos. Después de más de un mes interno, cuando ya pude salir de mi habitación en silla de rueda, pude ver por los pasillos más historias de soledad y también algunas de compañía como la mía, pero eran las de menor cuantía. Esto es la triste muestra de una sociedad decadente que evita enfrentar los problemas y se ríe de ellos hasta que le toca y vive en carne propia el dolor que sembró. Realmente pienso que hoy soy quien soy en gran medida por mi padre, quien a pesar de vivir lejos está siempre en mi corazón.

EL REGRESO A CASA Y MIS INVESTIGACIONES
Luego de varios meses y más de 10 operaciones, pude regresar a mi casa en Chuquicamata. Regresé con lo que quedó de mi brazo montado en una estructura de acero que atravesaba la piel y mis músculos hasta llegar al hueso para atravesarlo y darle sostén, pues ya no había articulación ni hueso sano y debían soldarse .
Aquí pasé la mayor parte del tiempo tratando de olvidar lo que sucedía, pero sólo bastaban un par de horas para que las curaciones, que me hacían dos veces al día durante 9 meses, me lo recordaran como si hubiera ocurrido recién.
Debí aprender a luchar en contra de la impotencia y el rencor que sentía hacia los responsables de mi accidente y enfocarme en mi recuperación física y psicológica. Fue muy difícil, pero con la compañía de mi padre, que a veces fue muy duro conmigo con tal de salvarme, pude volver a caminar, pues con tal accidente no podía siquiera pensar en moverme de la cama y mis piernas no podían sostener mi peso.
De a poco fui dejando los fármacos que me mantenían ausente y así recobré mi mente y me puse a analizar qué había sucedido y por qué. Me preguntaba cómo era posible que existieran explosivos en el Valle de la Luna, un lugar turístico que es visitado por miles de personas de diversos lugares del mundo.
Tomé la decisión de emprender mi propia investigación e involucrarme en el proceso, pues poca fe tenía en el sistema judicial, a pesar de no haber recurrido a éste hasta ese año.
A pesar de que no podía manejar, pues tenía tutores que soportaban mi brazo izquierdo, me arriesgué a hacerlo y emprendí rumbo a los pueblos del interior en búsqueda de información.
Gran sorpresa fue la mía al encontrar que existían varios lesionados, e incluso muertos por municiones sin estallar o minas antipersonales. Eran todas personas de origen humilde que no se encontraban en posición de pensar en justicia. Todo lo que podían hacer era vivir su calvario en silencio, pues cualquier levantamiento de la voz pidiendo justicia podría ser severamente castigado, como había sucedido con las víctimas que habían “osado exigirla como si fuera un derecho”.
También pude observar que existía recelo para tratar el tema, si alguien me hablaba lo hacía en secreto y pedía por favor que su nombre no fuera revelado, pues podría traerle problemas. Si algo me abrió las puertas de las personas que habitan el interior de Calama, fueron las rondas que mi padre hizo por esos lares cuando recién empezó a trabajar en el Servicio de Salud de Calama. La gente le conocía por su trato siempre profesional, deferente e interesado en la persona, no en un número. Cuando pronunciaba mi nombre siempre preguntaban si era el hijo del Doctor y luego me invitaban a pasar y me ayudaban en todo lo que estaba a su alcance. Así como buscaba victimas, testimonios e información, también buscaba explosivos y encontré literalmente toneladas de ellos, gracias a la información de terceros que confiaron en mí para ayudar a limpiar nuestro suelo.
El mayor hallazgo fue en el sector de los Cerros El Abra, donde hoy se explota la mina del mismo nombre. Para lograr capturar esta información mis amigos y yo nos hicimos pasar por periodistas para que nos dejaran filmar el trabajo de encontrar y retirar los distintos tipos de explosivos bélicos que contaminaban el suelo. No podía creer que tan solo unos meses atrás, yo había surcado los cerros en mi moto junto a mi padre, mi hermana y varios amigos.

LAS DENUNCIAS
La información por si sola sirve de nada, debe ir acompañada de acción y de eso me he preocupado hasta hoy, denunciar para evitar más accidentes.
A medida que iba obteniendo resultados, me ocupé de informar a las autoridades competentes las conclusiones. Esto lo hice en estricto orden jerárquico, hasta llegar a la Presidencia de la República.

Debido al silencio reinante y a mi enorme deseo de detener este flagelo es que decidí acudir a instancias superiores. A través de Internet pude informar al Tribunal Internacional de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos.
Pasó algún tiempo de aquella denuncia, yo ya había entrado a estudiar Ingeniería en la Universidad Técnica Federico Santa María, cuando recibí correspondencia electrónica desde Estados Unidos, donde me invitaban a exponer la situación ya denunciada ante la asamblea de las Naciones Unidas, en Ginebra, Suiza, que se constituía en torno a la Convención de Ottawa.
Me armé de valor impulsado por mi padre, pues sentía algo de temor. Saldría de Chile por mi cuenta a contar lo que aquí estaba sucediendo y así lo hice.
Emprendí vuelo a Ginebra sin saber qué sucedería, con quienes hablaría, ni vislumbrar siquiera la magnitud de los acontecimientos que ahí sucederían.
Fui bien recibido por mis pares, que venían de muchas partes del mundo, como Bosnia y Herzegovina, Rusia, Estados Unidos, Camboya, Angola y Afganistán por nombrar algunos.
En general eran personas muy humildes, que tenían pocas oportunidades de alzar la voz, muchos eran campesinos, algunos soldados y sólo uno era ingeniero. Pero abrigaban esperanzas en relación a lo que las distintas misiones diplomáticas decidieran en la Reunión de Estados Parte de dicho Tratado.
El objetivo de nuestra presencia en la Reunión era que las misiones diplomáticas escucharan de nuestros labios lo que sucedía en cada país y que vieran con sus ojos el resultado de semejantes armas, que no distinguen entre tiempos de paz y de guerra, o entre un soldado y un niño.
Para lograr este cometido se hizo una gran ceremonia en la apertura de la reunión, estaban desde luego todas las misiones diplomáticas asociadas a la Convención de Ottawa, la prensa nacional e internacional, un centenar de niños suizos clamando paz a través de lienzos gigantes que descolgaban desde las paredes mientras se observaba en una pantalla a niños de todo el mundo diciendo en sus lenguajes nativos “no más minas”. El mensaje era simple pero conmovedor y hasta hoy le recuerdo.
En esta ceremonia cada uno de nosotros envió un mensaje al pleno denunciando lo que sucedía. Y así lo hice cuando correspondió mi turno.
Una vez finalizada la ceremonia, un integrante de la misión chilena se acercó y me solicitó que me reuniera con ellos. Los integrantes de la misión chilena se veían sorprendidos por la denuncia y se preguntaban porque no había expuesto el problema en Chile. Por otro lado se observaba el desconocimiento de la existencia de víctimas de minas antipersonales y municiones sin estallar.

GRUPO DE SOBREVIVIENTES DE MINAS Y MUNICIONES SIN ESTALLAR DE LAS AMÉRICAS (GSMMA)
Luego de mi primer viaje a las Naciones Unidas, quedé con la impresión que pese a que las misiones diplomáticas son representantes de los intereses de los gobiernos y por ello de las personas que los han elegido democráticamente, no avanzan necesariamente en la dirección esperada por las víctimas que son el principal motivo de la creación de la Convención de Ottawa y muchas veces su opinión no es tomada en cuenta para establecer las políticas de acción en este tema. Lo anterior sucede por la falta de puentes de comunicaciones eficaces y eficientes entre las partes.
Al año siguiente regresé a Suiza, esta vez al Centro Humanitario de Desminado de Ginebra donde se realizaría la reunión intersesional de la convención. Aquí me reuní con más sobrevivientes. Esta vez eran todos latinos, salvo un representante de Angola.
Quise aprovechar esta reunión para exponer a mis nuevos amigos lo que pensaba y lo que creía debíamos hacer, unirnos para aumentar nuestras fuerzas y hacernos escuchar en nuestros países e internacionalmente.
Allí trazamos las primeras líneas de lo que pronto sería GSMMA.
A mi regreso a Chile me puse a redactar mi primer proyecto con la ayuda de buenos amigos y grandes profesores de mi Universidad. El siguiente problema sería encontrar el financiamiento para empezar a operar una modesta página Web que sería el nexo de conexión entre todos los miembros de GSMMA dispersos por Latinoamérica.
Pasé bastante tiempo enviando cartas a todas las Embajadas en Santiago. También lo hice con empresas. Pero las respuestas, cuando existían, eran negativas.
Sin embargo en la siguiente reunión en Nicaragua aproveché la tribuna y me dirigí a la asamblea para hacerles saber mi parecer en relación a la falta de ayuda de todo tipo y especialmente financiera.
Por fortuna, a mi regreso a Chile encontré los resultados de ello y obtuve el financiamiento para nuestro Sitio Web que se hizo posible gracias a la ayuda de la Embajada de Canadá, que ha permanecido apoyándonos hasta el día de hoy.
Una vez que ya nos encontrábamos en el mundo digital, en la Universidad decidimos construir más proyectos en beneficio de las victimas. Para esto armamos un pequeño equipo de estudiantes de Ingeniería Civil Metalúrgica, Industrial y Comercial. Así creamos nuestra cartera de proyectos sociales la que requería de financiamiento 100% para poder funcionar.
Los proyectos construidos fueron: Prótesis para víctimas de minas antipersonales y municiones sin estallar; Libro educativo para niños; Expedición al Desierto de Atacama ...En Búsqueda de Víctimas de Minas Antipersonales y Municiones sin estallar”; Estudio exploratorio “Una Aproximación Al daño Psicosocial de Sobrevivientes de Minas antipersonales en Chile”; Gestión de Proyectos para miembros del GSMMA y “Concurso de Innovación Tecnológica para la detección y eliminación de minas antipersonales y municiones sin estallar”
De los anteriores, el más importante para nosotros siempre ha sido la adquisición de prótesis para victimas que no han recibido reparación alguna en décadas y que tienen prótesis en muy mal estado.
Las prótesis que actualmente utilizan muchas victimas civiles de la ciudad de Calama se encuentran en tan precarias condiciones que para poder ser utilizadas deben ser reparadas con trozos de goma, madera y alambres pues ellos no pueden pensar en costear la adquisición de una prótesis nueva, además, la esperanza de recibir ayuda del Estado ya se disipó hace bastante tiempo.
Nuestra cartera de proyectos fue enviada a todas las Embajadas con fondos concursables y a muchas empresas privadas. Recibimos respuesta solamente de algunas Embajadas que decidieron comprometerse con esta causa y especialmente con la difusión de este libro educativo. Por más que intentamos recaudar fondos para las prótesis, ha resultado difícil obtener esta ayuda humanitaria debido a que los fondos internacionales son focalizados en países con índices macroeconómicos por debajo de los que ostenta nuestro país. Con mucha suerte, insistencia y trabajo logramos reunir los fondos para la elaboración de este libro.

El Proceso Judicial
De mi proceso judicial puedo hablar muy poco, no me dan ganas de hacerlo, pues el desgaste psicológico que nos ha significado, a toda mi familia, ha sido altísimo.
En diciembre de 1994 interpusimos, una querella criminal en contra de quienes resultaran responsables, la que fue sobreseída unos años más tarde luego que el peritaje encontrara distintos elementos explosivos: 3 colas de proyectiles 106 mm con explosivo, 1 parte del cuerpo de un proyectil 105 mm con 180 gramos de TNT, 1 cola de cohete intalaza, 1 cuerpo de cohete intalaza descompuesto, 2 vasos de cola de una bomba 106mm, 13 vainillas 7,62 mm, 1 vainilla de señal luminosa calibre 26,5 mm, 3 cajas para 20 cartuchos 7,62 mm vacía.
Posteriormente entablamos una demanda civil en Concepción que no tuvo eco alguno, otra en Santiago y finalmente la última en Antofagasta. Realmente ha sido una seguidilla de acciones judiciales.
Ya han transcurrido 10 años y hemos avanzado muy poco en materia judicial, aunque cada día estamos más lejos del principio y más cerca del fin.

SEGUIREMOS BATALLANDO
Muchas veces me desaliento, pero remonto y sigo caminando con la esperanza de despertar una mañana en que recuerde el pasado como una pesadilla que ya ha terminado y no volverá.
Quiero ver a cada una de las personas que me acompañan en este libro con una pequeña sonrisa en el rostro, porque ahora pueden al menos caminar con una prótesis digna de quien ha perdido por mano del hombre lo que Dios le dio al nacer.
Quiero que aquellos que han visto morir a sus hijos, padres y hermanos, puedan descansar finalmente en paz, luego que la justicia ilumine el camino de la verdad.
Quiero mirar al futuro con la esperanza que los hombres comprenderemos que el camino del odio y el poder egoísta y expansionista solo conduce a la muerte y destrucción de todo lo que conocemos.
Quiero saber y sentir que a medida que transcurra el tiempo, los hombres cambiaran su forma de pensar y actuar, e iniciarán una nueva forma de luchar y encontraran motivos más valiosos por los que vivir y menos por los que morir, lo harán con sus corazones inundados en pasión y valentía, para que nuestros hijos puedan mañana disfrutar de vivir en Paz.

2 comentarios:

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  2. Querido José Miguel. Hola!
    Les recuerdo rubios como nórdicos amorosos y tiernos!Te hice y a Lucia clases privadas de arte cuando eran chiquitos. Fui amiga por corto tiempo de la querida Bernadita, tu bella madre. Sucedio un imprevisto en su vida. Era para todo el mundo allí, una hermosa persona, ser humano.Eran principio de los 80. Sopresivamente un día me va a buscar a casa de Slavko Anic Carreño, amigo pintor y como yo viñamarino en Calama. Me hizo ella una muy personal y angustiosa confidencia. Estaba desesperada. Entendí su angustia. No los vería mas a ninguno. Fue doloroso. 1987 salgo a Suecia retorno a Chile 1999-2000 Lo primero que me informan en Antofagasta es tu accidente y el fallecimiento trágico de Bernardita. Quedé perpleja y dolida. Hago viaje a Laguna San Rafael. A mi lado se sienta un turista inglés. Resulta eres su mejor amigo. Me hace relato de la relación de Uds. Fue de tanto pensar en ti y Bernardita tratando de encontrar respuestas? Solo te digo niño inteligente y hermoso, aun para mis ojos. LUCHA y se felíz en ello.Fuerte! Ve mi DENUNCIA. Lucho a diario con el dolor físico y los crímines en contra de los seres humanos tomados de cobayo por médicos sádicos y criminales. Mi padre lo era y químico farmacéutico. Pero de la escuela humanista y homeopática.
    Gran abrazo de amor y ternura truncada!!
    Aquellos nuestros, fueron los años en que inhumanos estuvieron sueltos en Chile.

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