sábado, 26 de agosto de 2006

Luis Vergara

Nací el 9 de agosto de 1954, en una familia de escasos recursos que vivía del trabajo de mi padre, cuyo oficio era el de garzón de restaurante. Todos sabemos lo poco que ganan quienes se dedican a ello, y cuánto les cuesta mantener a sus familias. Pero así nos criaron a mí y a mis hermanos y hermanas, nos dieron el cuidado que estaba a su alcance, y se preocuparon por nosotros. Y lloraron por nosotros, por mí y mi hermano Francisco, cuando un explosivo militar destrozó nuestras piernas.
Era domingo ese 21 de noviembre de 1970, hace ya 34 largos y penosos años. Las familias paterna y materna decidieron ir de paseo al río, en un camión todos, para permitirnos jugar y bañarnos en las heladas aguas del Loa. En Topáter, cerca del lugar donde ahora se emplazan los estanques de la planta de aguas de Calama, empezamos a jugar, todos niños pequeños, y por supuesto, inocentes del peligro y la tragedia que nos esperaba. Será el destino, pienso ahora. Qué otra cosa pudo ser. Yo era el más crecido pues ya tenía 16 años, y con mi hermano Francisco y nuestro amigo Silverio, decidimos ir a jugar a los cerros de Topáter, que están cerca del río. No tenía ganas de bañarme, me daba vergüenza que me vieran en calzoncillos, así es que preferimos ir al cerro. A poco andar, divisamos a unos 100 metros un artefacto de extrañas formas que sobresalía del terreno y corrimos hacia él, sin encontrar obstáculo alguno que nos impidiera el acceso al lugar: ni una alambrada, ni un letrero, ni guardias. Nada. Llegando a él, encontramos que era un objeto metálico de mediano tamaño con la forma de un cono, con unas aletas en la cola. Nos pareció vistoso, y como era metálico, y ya que a veces vendíamos chatarra que encontrábamos, decidimos llevarlo a nuestra casa para después venderlo.
Entonces, yo me lo eché al hombro y empecé a caminar con él a cuestas. Quise traspasarlo a Silverio, pero en la maniobra resbaló, él no alcanzó a sujetarlo y cayó de punta al suelo.
Sólo sentí un gran ruido, tierra que se agitaba, polvo elevándose en el aire. Una especie de aturdimiento, una sensación de estar viviendo algo irreal. Vi con estupor que estábamos todos en el suelo, Silverio, yo, mi hermano. Traté de pararme pero no pude, y entonces me largué a reir y les dije: ¡estamos en un hoyo! Escuché un grito de Silverio:- ¡ Estoy lleno de sangre!. Lo miré y tenía destrozadas las piernas, y estaba cubierto de tierra y sangre. Miré hacia abajo y mi pierna izquierda había desaparecido, y tenía el pié derecho hecho pedazos. Mi hermano estaba intentando saltar, pero su pierna derecha completamente molida se movía en todas direcciones, como las piernas de un muñeco de trapo. No comprendía qué había pasado, en esa nube de polvo, humo, tierra y sangre. El dolor, el terror, la sorpresa de lo que estaba pasando no me dejaban pensar. No puedo describir lo que uno siente cuando se vé destrozado, tirado en el suelo, sin su pierna, sin saber qué sucedió, así, de pronto, con su hermano y su amigo tirados sobre la tierra, también destrozados, desconcertados, preguntando por sus piernas, dónde están, porqué esta sangre, de dónde viene, qué irá a ser de nosotros ahora. El ataque de un explosivo abandonado (después supe que era un proyectil) es tan rápido, tan fulminante, destructor, tan traidor y cobarde que uno no se da cuenta de lo que le ha pasado sino transcurrido un buen tiempo. Los gritos de dolor fueron oídos por gente que pasó entonces en camión a unos 100 metros de nosotros, y como se dieron cuenta de que algo malo había sucedido, acudieron a donde nos encontrábamos, y al observar la escena y ver que había tres niños en medio del cráter de la explosión, hechos pedazos, desangrándose, nos subieron al camión y nos hicieron torniquetes con pañuelos y con alambres como mejor pudieron. Así estábamos cuando a lo lejos, mi madre le decía a mi padre: ¡algo les pasó a los niños! Él le respondió: “¡no, qué les va a pasar a los niños, deben estar cazando tórtolas por ahí! Cuando se acercaron al camión y nos vieron, empezaron a gritar de pura desesperación, dolor de padres golpeados de pronto por una visión infernal, la de sus hijos convertidos en jirones de carne sangrante, impotencia de no saber qué hacer, de no saber qué nos había despedazado de esa forma, y de qué manera podría arreglarse el daño que nosotros, sus pequeños, que tanto les había costado criar, habíamos sufrido.
Y así, en un camión, llegamos al Hospital de Calama, donde después de muchos problemas, por falta de personal en ese momento, por falta de insumos, por falta de sangre para transfusiones, y luego de reunir al equipo necesario, empezaron los preparativos para operarnos y amputarnos las piernas que habían sido destrozadas por lo que entonces ya se sabía que había sido un proyectil militar de los que no hacen explosión al ser disparados. Para entonces, yo iba perdiendo la conciencia debido a que una gran cantidad de sangre había manado de mi pierna a pesar del torniquete. Yo veía cómo saltaba un chorro de sangre, sin parar, una y otra vez, y el dolor que se extendía desde los jirones de pierna que me quedaron hacia todo mi cuerpo fue poco a poco apagándose por el sopor...
Cuando desperté, supe que nunca volvería ser como antes. Había perdido mi pierna.¿Cómo haría para volver a caminar, a jugar, a saltar, a andar en bicicleta? ¿Quién me devolvería lo que me habían quitado? ¿Quién me había arrancado mi pierna, y porqué?
Hasta el día de hoy no tengo respuesta. El hecho es que después me trasladaron a Antofagasta, y desde allí a Santiago, gracias a una gestión personal del doctor Osvaldo Olguín, que después fue Senador, y en esos días se encontraba en la región en su campaña. Estuve primero en el Hospital Militar, desde allí me enviaron al Hospital del Salvador, luego al Instituto Traumatológico, después a un centro asistencial cuyo nombre no recuerdo en la calle Maruri, donde me confeccionaron la primera prótesis. Ya habían pasado 2 años, era 1972. Después de todo ese peregrinar, pude apoyarme en esa prótesis precaria para dar algunos pasos. Me duró hasta 1986, sin ningún cambio o ajuste en todos esos años. Entonces, ya que se había deteriorado y se había hecho inservible, hubo que confeccionarme otra, y mi padre, con su escaso salario de garzón, con su sacrificio de hombre pobre, pagó por una nueva, que es la que tengo hasta ahora. Está vieja y gastada, me daña el muñón, no puedo afirmarme bien sobre ella. Pero no he podido conseguir otra. ¿Cómo podría pagarla, si sólo recibo una Pensión Asistencial que me dio el Estado, de $37.000 al mes? Con ella, y remendando zapatos al principio, luego con mis hijos trabajando precozmente debido a la invalidez mía, hemos tratado de mantener una familia. Ya tengo nietos, y 50 años. 34 han pasado desde que me destruyeron.

Tratamos de ejercer acciones legales, pero lo único que logramos fue un sumario realizado por la Gobernación de El Loa. Hasta el día de hoy no sabemos nada sobre el resultado.

Recuerdo que se nos acusó de tener explosivos ilegalmente y de habernos arrancado de la escuela para ir a meternos donde no debíamos. ¡Era fin de semana, por la flauta, era día domingo, de qué escuela nos íbamos a escapar, qué clase íbamos a capear!

Me acusaron de haber ingresado sin permiso a un recinto militar, de haber cortado los alambres del cerco, de no respetar al guardia. ¿Qué alambres, que cerco, qué guardia, si no había nada de ello?
Mi padre no podía pagar a un abogado para establecer los hechos y perseguir responsabilidad civil en mi accidente y como en ese tiempo no había asistencia judicial gratuita no pude continuar un proceso judicial.

Quise tramitar una pensión mejor por intermedio de una asistente social de la Municipalidad de Calama sin resultado alguno. Le pedí al Fondo Nacional de la Discapacidad que me ayudara con una prótesis, y me respondieron que tenía que pagar yo la mitad, lo que significa casi $1.000.000 que yo no tengo...de lo contrario no estaría pidiendo ayuda.
Nadie ha venido a mi casa en todos estos años a decirme al menos:- Sentimos mucho el daño que le hemos hecho. Porque el país es responsable por sus instituciones que han dejado el desierto sembrado de explosivos para que los encuentren los niños, y venimos a darle nuestro apoyo, a proporcionarle una nueva prótesis, a darle un trabajo que usted sea capaz de realizar. Para reparar sólo en parte el daño que le hemos causado, si es posible hacerlo-...Pero no ha venido nadie en 34 años.
Ya no creo en la justicia. Ni en que me pidan perdón por lo que me hicieron.
Sólo espero que algún día algún funcionario del gobierno venga y me diga: -Tome, éste es un cheque por todo lo que usted ha sufrido y sigue sufriendo, por todo lo que este país le quitó por dejar botado un proyectil, por la irresponsabilidad del que lo disparó en su nombre para mantenerse bien entrenado. A costa de su pierna, de parte de su vida, de su dolor de entonces y de ahora.-
Con ello, al menos tendría algo que dejarle a mis hijos, a mis nietos, a quienes a veces digo: a su tata ya no le queda mucho tiempo...
Porque a veces no tengo ganas de nada. De hacer nada, ni de pensar en nada, ni de esperar nada. Pues ha pasado mucho tiempo... y quienes me hicieron esto no se han asomado por mi casa ni siquiera para preguntarme cómo me he sentido todos estos años, y cómo he logrado sobrevivir. A pesar de todo. A pesar de un proyectil abandonado en el desierto por alguien que no sabe que existo.






















N. del E.
-Calama. Ciudad de 100.000 habitantes a la fecha del accidente, situada en la segunda región de Chile, Antofagasta. El lugar referido como Topáter está en su vecindad próxima, y ha sido y es concurrido abundantemente por civiles.
-Guarnición militar en Calama a la fecha del relato: Regimiento de Infantería de Montaña Reforzado Motorizado N°5. Regimiento de Ingenieros de Chuquicamata.
-Gobierno del Estado de Chile a la fecha del relato: transición reciente de la Presidencia de Eduardo Frei Montalva a la de Salvador Allende Gossens.
-MUSE: Munición sin explosar.
-FONADIS: Fondo Nacional de la Discapacidad. Organismo estatal chileno que funciona con el único y exclusivo fin de prestar asistencia a los discapacitados del país, con fondos fiscales.
-$37.000. Al tipo de cambio actual, unos USD$60 mensuales. El costo de 2 pares de zapatos, o la mitad del gasto promedio en telefonía de una familia de ingresos medios.
-Respecto a la delimitación de las áreas de riesgo, a falta de un tratado específico en 1970, como el Tratado de Ottawa en la actualidad, debe aplicarse el criterio del buen juicio y la sana crítica, y aceptar que lo mencionado por la víctima se encuadra en este marco: no había ningún tipo de advertencia de riesgo o demarcación alguna, lo que se repite en todos los casos entrevistados.

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