sábado, 26 de agosto de 2006

Juan Copa Cruz

Mi nombre es Juan Bautista Copa Cruz. Nací el 24 de junio de 1929. Tengo cinco hijos, y una nieta.

Sufrí un accidente el 19 de enero de 1986, en el Llano de la Paciencia, antes de llegar al Valle de la Luna, por donde ahora pasan los gasoductos, cerca del camino antiguo a San Pedro de Atacama.

Recuerdo que un compañero y yo andábamos recolectando leña, como a las 10:30 de la mañana, y él encontró un aparato que parecía un tarro de conserva, pero era una mina antipersonal. Por travesura, seguramente, ya que no conocíamos esas cosas, me dijo: ¡toma!, y me la tiró. Cuando yo la recibí, se me cayó de las manos y reventó, y me destrozó las dos manos, me abrió el tórax y me hizo perder un ojo. Le dije a mi compañero que fuera a San Pedro de Atacama, donde vivíamos, a buscar ayuda, mientras yo me quedaba allí en el suelo, cubierto por una carretilla para cubrirme del sol, que en ese lugar pega muy fuerte, hace mucho calor. Se demoró en volver hasta las 14 horas con ayuda. Yo creo que Dios me salvó. Lo creo porque yo le pedí que me salvara y así sucedió. Volvió con Carabineros, claro que yo no los veía porque estaba ciego. A él lo querían dejar detenido porque creían que nosotros teníamos explosivos. Me subieron a un vehículo y me llevaron al Hospital de Calama, donde el doctor Maggiolo me hizo aseo de mis heridas y en la noche me enviaron a Antofagasta para que terminaran el tratamiento. En los momentos en que yo escuchaba o entendía lo que decían cerca de mí, me di cuenta que los militares decían que me dejaran así no más, que no me hicieran tratamiento, que me dejaran morir, porque creían que nosotros teníamos explosivos, que éramos terroristas o algo así, o que estábamos robando las minas. Querían que me muriera no más. En Antofagasta había un pelotón vigilándome. ¡Qué iba a hacer yo así como estaba!

Estuve seis meses en el hospital, porque no me cerraba la herida del tórax, y después me mandaron a Calama de vuelta y me empezaron a hacer ejercicios para poder usar los brazos. Después me entregaron unos ganchos, gracias a la Teletón, para ponerme en los muñones, que se mueven con unos tirantes que pasan por la espalda, pero casi no los uso porque son muy incómodos y me sirven de poco, así es que me he acostumbrado a arreglármelas así no más para hacer mis cosas. Yo antes del accidente trabajaba como carpintero, ponía ventanas, puertas, hacía muebles, y de alguna manera me las he arreglado para hacer algunos trabajos para ganar algo. Así como estoy, hago algunos muebles, hasta me hice una casita. Como los ganchos no me sirven, tengo que hacerle adaptaciones a las herramientas, le agrando el hoyo al mango del serrucho para moverlo con el brazo, y así puedo hacer algunas cositas. Pero ya no me dan trabajo en ninguna parte. Quien le va a dar trabajo a uno sin manos, sin un ojo y medio sordo. Yo no me hecho a morir, y hasta ahora he hecho lo que he podido. Lo único que he recibido es una pensión de invalidez que es de $80.000, y con eso no vive ni una persona sola.
Además, yo ya estoy viejo, tengo setenta y seis años. Imagínese que a los viejos en este país, aunque estén sanos, no les dan trabajo, qué me van a dar a mí. Así es que me las he arreglado de una manera u otra para sobrevivir. Yo no me hecho a morir y me las arreglo. Al principio, no tenía ganas de vivir, pero después me recuperé. Me he acostumbrado a vivir sin manos, y mi familia también, me ven como si las tuviera.
Después de que sucedió el accidente, quisieron echarme la culpa a mí, más encima, pero yo no fui culpable de nada. ¡Qué culpa iba a tener, si no había un letrero, una señal, una alambrada, nada que nos dijera que había minas por ahí.!

Yo, por mi parte, no creo en la justicia. Hubo una abogada que ahora vive en Antofagasta que había empezado a hacer una querella, pero luego tuvo que abandonarla.

Parece que le dijeron que no siguiera, la esperaron cerca de Sierra Gorda y le detuvieron el vehículo para decirle que no hiciera nada más, y ahí quedó todo, dijo que no podía seguir.

Así es que la justicia no ha funcionado en mi caso, nadie ha hecho nada en ese aspecto, ni siquiera pude encontrar un abogado que se hiciera cargo. Como yo no tenía ni tengo medios económicos, nadie se interesó.

Pero no tengo rencor con nadie. Ni siquiera pienso en el castigo que merecen los culpables. Simplemente he aceptado lo que me pasó sin preguntarme porqué.

Si alguien quisiera realmente hacer justicia, yo sólo me conformaría con que me entregaran una pensión que me permita vivir tranquilo los últimos días que me quedan. Ya tengo setenta y seis años, y uno no es eterno…

Bueno, he contado esto porque me dijo José Miguel que iba a servir para que otras personas, sobre todo los niños, sepan que pueden encontrarse con estas cosas, con minas, que los pueden hacer pedazos. Ojalá que sirva para salvar a alguien, para que no las tomen si las encuentran. Hay que decirles a los niños, que son curiosos por naturaleza, que no tomen las minas y otras cosas que dejan botadas por ahí los militares cuando hacen sus ejercicios, para que no les pase como a mí.

Como a mí, que perdí una parte del pecho, un ojo, la audición.

Y mis dos manos.



N. del E.
- Es extraordinariamente llamativa la actitud de don Juan Copa ante lo que le ha sucedido. Acepta lo que le sucedió, sin duda responsabilidad del Ejército y del Estado de Chile, como sólo un hito más en su vida. Ni siquiera menciona que ello ha sido un crimen en su contra. Transmite una mansedumbre infinita y una resignación absoluta, que no dejan lugar a rencor alguno en su gesto o en su voz, ni en su postura ante su propia desgracia.

-Teletón. Obra filantrópica de iniciativa privada, no estatal, sustentada por los aportes voluntarios que millones de chilenos hacen una vez por año, con la finalidad de otorgar rehabilitación a discapacitados infantiles.

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