sábado, 26 de agosto de 2006

Nelson Castillo

Nací el 18 de septiembre de 1960 en Tulcán, Provincia del Carchi en la frontera Norte con la Republica de Colombia, crecí al lado de mis padres y hermanos, soy el quinto hijo de la familia, de un total de 12. Mi padre era jornalero agrícola, después de terminar la instrucción primaria salí a la capital en busca de trabajo que me permitiera obtener recursos económicos para ayudar a mi familia y continuar mis estudios secundarios terminando posteriormente mi bachillerato.
Al cumplir 18 años me presenté en el Ejército para cumplir con el Servicio Militar Obligatorio. Llevaba ya un año en la Institución cuando decidí, en 1980, realizar el curso de Soldados de Ingeniería, del que me gradué con la 1era. Antigüedad.
En el año 1981 se produce un enfrentamiento bélico entre Ecuador y Perú, fui movilizado a la frontera para defender nuestro territorio. Terminada esta escaramuza, continué en la Institución Armada ascendiendo y siempre manteniéndome con las primeras antigüedades en los distintos grados.
En el año 1995 se produce otro enfrentamiento bélico entre Ecuador y Perú, y el 28 de febrero de este año, mi vida cambió drásticamente. Fui enviado a la frontera sur en el sector de Huaquillas, y por mi grado de Sargento que ostentaba en ese momento recibí la disposición de mis superiores para comandar un grupo de hombres destinados a cumplir con la misión de dar seguridad la línea de frontera y permanecer siempre a la defensiva. Como parte de esta defensa debía realizar operaciones de lanzamientos de campos minados que permitiera proteger la frontera, mi especialidad es Ingeniero de combate, por lo que realizamos este y varios trabajos de protección. El miércoles 28 de febrero, siendo las 11:00 horas aproximadamente, salté una cerca y caí activando una mina antipersonal, su explosión bajo mi cuerpo me levantó por los aires y me destrozó por completo las dos piernas por debajo de las rodillas. En ese instante me di cuenta de que había perdido mis piernas, a mi alrededor veía los pedazos de los que fueron mis pies, eso fue como una descarga eléctrica. Los dolores que sentía eran desgarradores, en esos momentos lo único que yo quería era quitarme la vida y buscaba mi fusil, pero mi arma había caído muy lejos producto de la explosión y no podía alcanzarla. Mis compañeros querían acudir en mi ayuda, sin percatarse que yo estaba sobre un campo minado. En medio del dolor, les pude prevenir indicándoles que no entraran, que sólo cortaran unos maderos con una longitud que me permitiera alcanzarlos para asirlos y arrastrarme para salir del sector minado. Un militar recibe una preparación que contempla primeros auxilios y qué hacer en caso de que un compañero caiga herido en la guerra, pero en esos momentos mis compañeros estaban atónitos sin palabras y sin saber que hacer. Al sacarme del campo minado le pedí a un oficial que se encontraba al mando de nuestra patrulla que utilizara su pistola y que acabara con mi vida, ya que así yo no podía vivir ni servir para nada. Le pedí que si le faltaba valor que me entregara el arma para hacerlo yo mismo. Uno de mis compañeros se acercó y me dijo “Nelson, por favor, tú eres un hombre fuerte y puedes salir de este problema, piensa en tu familia, en tus padres, en tu esposa y tus hijas, además, tienes que recuperarte para después de la guerra regresar a levantar los campos minados. Tú vas a poder, tú no nos vas a abandonar ya que un comandante nunca abandona a sus tropas...”. Fue entonces cuando empecé a cambiar de actitud, por un momento me había olvidado por completo de lo que era más importante para mí: mi familia. En esos instantes lo único que había hecho era pensar en mi dolor y en quitarme la vida, tomé fuerzas y como Comandante de ese grupo de personas empecé a decirles que me hicieran un torniquete y que me aflojaran cada cinco minutos, que se sacaran sus chaqueteas del uniforme e hicieran una camilla con unos maderos, y que si Dios no me permitía seguir viviendo le dijeran a mi familia que los amaba mucho y que siguieran adelante, que dios les ayudaría. Acto seguido decidimos salir del lugar en la camilla provisional a buscar ayuda, cuando estábamos saliendo, mis compañeros entre la confusión y la desesperación que les producía verme herido y oírme gritar de dolor, empezaron a caminar sin darse cuenta en dirección a unos de los campos minados que nosotros habíamos puesto como protección de nuestra frontera, les alerté para que retrocedieran y tomaran otro rumbo. Después de caminar aproximadamente una hora, encontramos en el camino una camioneta de una persona civil que había sido reclutada por el Ejército para que ingrese a ese sector a dejar provisiones, le pedimos que me llevara a un hospital. Cada movimiento que se producía por el mal estado del camino era para mí una tortura. Finalmente, logramos llegar al hospital de Huaquillas, donde no existía implementación para atender mi lesión, por lo que dejamos el lugar en una ambulancia en busca de otra casa de salud que quedaba a unos 15 kilómetros de distancia. Al llegar a aquel lugar de nombre “Arenillas”, tampoco encontramos suficiente ayuda, por lo que proseguimos el viaje a otro sitio llamado Santa Rosa, ubicado a unos 45 kilómetros, lugar en el que tampoco tuvimos suerte. Finalmente, decidimos hacer un viaje hasta la ciudad de Pasaje, aproximadamente unos 80 kilómetros más, ahí se encontraba el hospital militar, por lo ese sería el último recorrido. Ya habían transcurrido 3 horas desde el accidente y mi cuerpo ya empezaba a desfallecer, sentía que mis fuerzas me abandonaban. En el hospital me realizaron la primera intervención quirúrgica con anestesia raquídea o local, pese a que me quedaban pocas fuerzas mantuve la conciencia y pude sentir como los médicos procedían a cercenar mis piernas, oía el ruido de algún aparato parecido a una sierra eléctrica, al preguntarle a uno de los médicos por me hacían eso me contestó que era necesario para confeccionarme mis muñones y detener la hemorragia. La operación duró cerca de dos horas, luego fui trasladado a un helicóptero del Ejército, el que me llevaría hasta el hospital de la Marina en la ciudad de Guayaquil, ubicado a unos 350 kilómetros. Mientras viajaba en el helicóptero sucedió algo extraordinario, algo que me ayudó a seguir adelante. Yo me aferraba a la vida, no quería morir y pedía a Dios que me ayudara, llegó un momento en que no sentía nada, quería mover mis brazos y estos no me obedecían, trataba de virar mi cara y tampoco podía, mi vista empezó a obscurecerse y empecé a ver luces. Sentí que estaba muriendo, le pedí a Dios con todo mi corazón que me perdonara todo lo malo que había cometido y que me permitiera entrar a donde entraban los buenos. Luego dejé de sentir dolor y empecé a flotar en un túnel en donde había una luz tan resplandeciente, blanca y nítida como nunca he visto ni creo volver a ver, seguidamente veía hacia abajo mi cuerpo acostado en una mesa con uniforme, a mi alrededor se encontraban algunos de mis compañeros y uno de ellos me tomaba de la mano y me apretaba diciéndome “Castillo, no te vayas, no te vayas”. En esos instantes desperté y me di cuenta que el Médico que me acompañaba estaba sobre mi dándome choques eléctricos en el corazón, y me decía “Por favor, Castillo, sea fuerte, no se nos duerma”, en ese momento supe que yo ya había estado clínicamente muerto. Después de esta experiencia empecé a luchar con más fuerza en contra de la muerte. Creo que Dios me escuchó y me dio una segunda oportunidad junto con la fuerza necesaria para aceptar mi discapacidad y para aprender a vivir con ella.
Para mi familia fue un golpe duro, especialmente para mis padres, ya que ellos no podían aceptar que su hijo, aquel al que un día lo trajeron al mundo completo, hoy estaba sin sus piernas y sufriendo. Mi madre me dijo que nunca pensara que lo que había sucedido era un castigo de Dios, sino que era una bendición, que Dios mandaba estas pruebas a quienes más amaba. Para mi esposa y mis hijas también fue difícil aceptar que su esposo y padre ahora iba a depender de ellas, de su cariño y cuidado, ya que pensaron que nunca iba a volver a caminar ni trabajar. Mi esposa fue mis piernas durante todo el tiempo que no podía caminar, ella me cargaba y me llevaba a la bañera, era como un niño que necesitaba de muchos cuidados. Creo que mi familia sufrió más que yo, pasaban a mi lado todos los días y las interminables noches llenas de desesperación por el dolor. Hoy creo que disfrutan de la vida con una satisfacción diferente, ya que han aprendido que la viva es el más preciado valor y hay que cuidarla, y vivir para el servicio a Dios y al prójimo.
Además del apoyo que me entregó mi familia, lo que me ayudó a superar mi problema fue el pasar por varios hospitales y ver casos peores que lo que a mí me pasaba, sentía que lo mío realmente no era tan grave, entonces empecé a recuperarme.
Tuve que ser sometido a varias intervenciones, 6 operaciones en tres meses en el Hospital Militar de la Capital del Ecuador y 3 operaciones en los Estados Unidos. Para lograr ponerme en pie tuve que pasar 1 año un mes en hospitales y en silla de ruedas. Después de una operación efectuada en el año 1997, fui capaz de caminar sin ayuda de bastón. Pero todavía sufro intensos dolores.
Pronto seré operado nuevamente, en la ciudad de New Orleáns, Estados Unidos, espero que sea la última intervención. Esto fue posible gracias al apoyo del Gobierno Nacional y del Ejército Ecuatoriano, en primer lugar porque nos permitieron continuar en servicio activo y en segundo lugar por que asumieron con todos los gastos, tanto médicos, rehabilitación, ortesis, y prótesis como también con el mantenimiento de las mismas y la ayuda técnica necesaria para una recuperación total. También han contribuido con la capacitación de los soldados con discapacidad, cabe recalcar que nuestro Ejército es el único en el mundo que tiene a sus soldados con algún tipo de discapacidad trabajando en servicio activo después de una guerra.
Actualmente me encuentro trabajado tanto en la defensa de los derechos humanos de las personas con discapacidad como también en la difusión de las normas uniformes en lo referente a la igualdad de oportunidades para las personas con discapacidad. Conjuntamente con la sociedad civil, he creado la Asociación de Excombatientes Discapacitados “Alto Cenepa”, y la Fundación “Futuro”, ambas organizaciones sin fines de lucro y que coordinan acciones con las organizaciones de discapacidades nacionales e internacionales. Además, trabajo en el Ministerio de Defensa Nacional, en la Escuela Superior Politécnica del Ejército, como profesor de informática, también desempeño las funciones de secretario general de la Federación Nacional de Ecuatorianos con Discapacidad Física, presidente de la Asociación de Excombatientes, presidente de la Fundación “Futuro” y vicepresidente del Grupo de Sobrevivientes de Minas y Municiones de las Americas (GSMMA.org).
Para demostrarme a mi mismo que todo es posible cuando se propone, que no existe la limitación y que la discapacidad está en el cuerpo y no en la mente, efectué en febrero de este año un salto libre desde un avión a 12.000 pies de altura.
En diciembre del año 2002, después de cumplir 22 años en el Ejército me retiro, y me dedicaré a trabajar por las personas con discapacidad, especialmente en la Campaña Internacional en Contra de las Minas Antipersonales y en el Desminado Humanitario.
Finalmente, quiero decirles a las personas en cualquier lugar del mundo, que se encuentren y caigan víctimas de estos asesinos silenciosos como son las minas terrestres, que no pierdan las esperanzas de vivir, y que nos unamos para luchar en contra del uso de estos artefactos explosivos, y que soñemos en que un día existirá un mundo libre de minas.

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